Al sur de Italia, cerca de Nápoles, está el volcán
Vesubio. La península italiana se le conoce como Campania. Cerca del Vesubio
existen dos ciudades, Pompeya y Herculano, las cuales quedaron enterradas bajo
metros de cenizas el 24 de agosto del 79. Tras el
desastre, la ciudad desapareció por la acumulación de dichas cenizas y los
lugareños comenzaron a olvidarse de ella, a la cual se referían como La Civita.
Actualmente,
la ciudad está en ruinas y se encuentra afectada por la expansión de
Nápoles. La intervención de la arqueología y documentos como los escritos de
Plinio el Joven -una crónica sobre lo ocurrido y sobre la
muerte de su tío- han ayudado a aproximarse a lo que posiblemente sucedió. Lo
más sorprendente no es sólo el hallazgo de vestigios sino de los más de mil
cuerpos de sus habitantes que están prácticamente intactos.
Estudios recientes
se han percatado que los cuerpos carecen de signos de violencia. La lava no pudo
ser una opción de muerte porque hubiese tardado una semana en llegar y en ese
tiempo les hubiese dado tiempo de huir. Los últimos datos anulan las
explicaciones tradicionales. Haraldur
Sigurdsson es un vulcanólogo que ha estudiado las erupciones del Vesubio
-última en 1944- y ha dado sus propias teorías sobre las muertes del 79. Francesco Silvano Sasso -profesor- escaneó cinco esqueletos que demostraron que habían inhalado gran cantidad de
polvo. Además, las victimas debieron de someterse a temperaturas muy altas;
esto se justifica con la ausencia de bacterias en los suelos donde se
encontraron los cuerpos. Es decir, esta
teoría reciente defiende que murieron por una ardiente brisa de un huracán que
llenaba el interior de sus bocas, pulmones y narices y les quemaba la piel
provocado por una nube piroplástica.
Pompeya sufrió
cuando fue descubierta porque las primeras excavaciones no fueron planificadas
ni realizadas conscientemente, sino que constituyeron destrozos. El seísmo del 23 de noviembre de 1980 provocó
también derrumbamientos de columnas y muros. En 1983 el arqueólogo Jean-Pierre Adam tuvo que realizar un informe para evaluar los
daños y los posibles métodos de restauración. A pesar de las medidas tomadas
como por ejemplo, restringir las visitas a ciertos lugares, no mejoró la
situación.
La ciudad
recibe una media de 4.500 visitantes al día, lo que supone un desgaste
paulatino del terreno. A esto hay que sumarle las “pintadas” de sus visitantes
sobre muros, columnas y pinturas. Además, los objetos pequeños han ido
desapareciendo poco a poco, por lo que las autoridades ya no dejan copias. En
el momento de la restauración también han existido problemas ya que han
acelerado el deterior de algunas zonas.
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